Los cuatro candidatos. De izquierda a derecha el fornido, el casual, el ejecutivo y la señora bien |
El momento más divertido del debate, el ejecutivo muestra una foto suya a la señora bien |
Tres
candidatos y una segundona montaron un debate para pedir el voto. Uno vestido de
ejecutivo, otro de señora bien, un tercero con ropa casual y el cuarto un mixto
entre ejecutivo/casual con chaqueta que pedía a gritos un cuerpo menos fornido
y más bajo.
La
señora bien, el casual, el ejecutivo y el tipo fornido tenían a su disposición
una banqueta de bar, una mesa de atrezo y un vaso de agua. Ni botella, ni
atril, ni móvil, ni tabletas. Todo muy espartano acorde a los tiempos de
crisis. Sólo el hombre casual disfrutó de la posesión de un bolígrafo tipo
"bic", seguramente traído de contrabando.
Frente
a ellos, con mesa, con agua y con tableta, una pareja de periodistas hacia
preguntas incisivas, decisivas, marcaba los tiempos, sonreían y pensaban en la
audiencia. Un despliegue épico de 500 personas, 100 cámaras, 70 micrófonos,
10.000 bombillas led y los dos presentadores… para cuatro personas. Además de público –vestido para la ocasión– con la prohibición de
hablar, cuchichear o gesticular... en las redes ya se comenta que eran maniquíes. Si en vez de ser cuatro los invitados al
debate son ocho… la cadena se arruina.
Sin
posibilidad de resguardar sus cuerpos detrás de un atril, los tres candidatos y
la segundona no tuvieron más remedio que mostrar su dominio del lenguaje
corporal. No fue gran cosa, las manos permanecían juntas a la altura del
ombligo o de los genitales cuando no hablaban. La excepción fue la señora bien,
ella colocaba ambas manos a la derecha e izquierda de sus muslos… ni en el
ombligo, ni delante del sexo. En eso denotaba su clase, modales y posiblemente
una educación refinada como merece la hija única de una familia de clase media
alta.
Continuando
con el tema gestual, hacer referencia que los cuatro levantaban las manos, las
juntaban separaban y incluso señalaban con el índice al hablar, la señora bien
también… a pesar de su educación. Todo ello muy clásico y previsible. Como
curiosidad añadir que el hombre casual, cuando quería solicitar turno de
replica, levantaba la mano bolígrafo en ristre. Actitud que denota un pasado de
estudiante aplicado, preguntón y respondón. Los entrevistadores hicieron caso
omiso del bolígrafo levantado.
El
fondo y la forma del debate fue lo habitual en estos casos. Se zurraron entre
ellos y juntos abochornaron a la señora bien. La señora hacia lo que podía y
eso que no debía, porque quien debía y podía estaba en Doñana viendo el debate.
Los
candidatos emergentes representaban una izquierda sin complejos y una derecha
sin posos franquistas. Frente a ellos, dos partidos tradicionales que se han
alternado en el poder y se resisten a compartirlo con advenedizos no
profesionales.
Así,
en esencia, fue el debate. Además de las tradicionales, variadas y estudiadas
soluciones para la crisis, el trabajo, las pensiones, la economía, los impuestos, el
terrorismo, los catalanes y lo que se tercie. Y junto con las soluciones, un
atractivo paquete de promesas electorales que hizo las delicias de la audiencia.
Antes
y después del debate, actuaron las mejores promesas de la cadena. En los minutos
de publicidad, sólo los elegidos pudieron susurrarnos sus “recomendaciones
comerciales”… esos minutos publicitarios valían su peso en oro.
Cada
uno de los candidatos afirma haber superado al resto. La cadena muestra
satisfecha los datos de audiencia y los telespectadores han pasado una noche
agradable. Querer que las promesas electorales se cumplan y que las soluciones
propuestas sean efectivas… es ya pedir demasiado.
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