Cuando
se habla de lujo se está haciendo referencia a algo exclusivo. Algo a lo que la
mayoría de personas no pueden acceder. Un consumo o un estilo de vida donde
todo es exclusivo, caro y único.
Pero
la publicidad ha aprendido a vendernos "pequeños
lujos", todo aquello que podemos comprar aplazado o con esfuerzo. Esos
lujos llegan para quedarse y con el tiempo deberán ser renovados o
actualizados.
Los
lujos tienden a convertirse en necesidades y a generar nuevas obligaciones. Una
vez que la gente se acostumbra a un nuevo lujo, empiezan a contar con él y
finalmente no pueden vivir sin él. Te das el lujo de… y ya no podrás pasar sin
él. Cuando un bien excede lo necesario y su adquisición sobrepasa los medios
normales, es un lujo. Tu economía dictaminará si es o no un "lujo sostenible".
En
épocas de crisis, lo habitual en otras circunstancias se convierte en un lujo:
tener un buen trabajo, irse de vacaciones, comer en restaurante o cambiar de
coche puede ser todo un lujo. Lo que antes era habitual se ha convertido en
lujo.
Hay veces que el "lujo” (*) se convierte en una
condena, una obligación y una triste rutina. Siempre puedes darte el lujo de no
tener lujos y así no sufrirás por su pérdida. Disfrutarás de "una vida sin lujos"… algo de
lo que se vanaglorian algunos millonarios. Tu vida y la suya serán idénticas, carecerá
de lujos.
(*) Como curiosidad, en el idioma castellano “lujo” y “lujuria” parecen sinónimos, aunque no lo sean. Ambas palabras hacen referencia al exceso o demasía en algunas cosas. De lo cual se deduce, que una persona rodeada de lujos… podría ser una persona “lujoriosa”.
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