El orgulloso y libre “canis
lupus”, posiblemente no le reconocería como miembro de su misma especie. A
veces los parientes salen así…
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Le puedes acariciar, peinar, cepillar, cortar el pelo, bañar, ponerle un “quiqui”, abrigos, gorras, correas e incluso disfrazarle. Puedes llevarle a concursos, al entrenador personal y al veterinario. Vas a decidir sobre su educación, alimentación, peso y ejercicio. Puedes vacunarle, castrarle, decidir si va o no a reproducirse, con quien y si después vas a regalar o vender su descendencia. A veces, incluso, te quedas con un descendiente.
Tu también decides si debe ser o no operado y en algunas circunstancias si “dormirle” es una opción, para evitarle sufrimientos. La eutanasia que negamos a nuestros semejantes, la decidimos en nuestros animales. Antes le podías cortar el rabo y recortar las orejas para mejorar la estética, ahora no… por suerte para él.
Protestas y maldices si ves que son abandonados o maltratados. Tú tienes un animal bientratado y también “dependiente”, porque “depende” de ti para comer, para pasear, para que le tiren la pelota, para ir al veterinario e incluso para cagar y mear. No es “libre” es “dependiente”, tan dependiente que si falleces sólo va a poder sobrevivir si una nueva persona lo adopta.
El perro ya pocas veces es el “socio” que te pastorea el ganado, ayuda en la caza o mantiene a alejados a los extraños… humanos o no. Se ha convertido en un “animal de compañía”, para redimir nuestra soledad. En un “perrito faldero” que nos sigue siempre, nunca nos reprocha ni cuestiona nada, es fiel y desinteresado a cambio de algo tan básico como un plato de comida. Un depredador reconvertido que te puedes comprar, te pueden regalar o puedes adoptar.
Les humanizamos tanto, les queremos tanto que –sin darnos cuenta– también les producimos maltrato. Nunca te lo va a decir, te mira y mueve la cola. Con eso nos basta… el parece feliz y nosotros lo somos.
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